A la malafollá nunca se la busca pero siempre se la encuentra. A veces te llega de la mano de otros y a veces eres tú quien la desata. Tratar de definir este concepto es una tarea muy complicada pero saber reconocerlo resulta muy sencillo. Especialmente si eres de Granada tierra donde nació esta expresión que desde entonces se ha convertido en uno de sus elementos más idiosincráticos.
El origen de la malafollá en contra de lo que muchos malpensados creen está en una herrería del barrio de Sacromonte. Cuenta la leyenda que allí había un joven aprendiz cuyo único trabajo era alimentar la alta la temperatura de las ascuas mediante el fuelle. Pero, se ve que al zagal le costaba aquello de mantener el ritmo y a menudo la temperatura bajaba haciendo imposible el trabajo del forjador. Y era entonces cuando éste que ya estaba hasta el mismísimo moño le gritaba “que malafollá tienes”. Malafollá viene por tanto a significar originariamente mal fuelle.
Hoy en día cuando hablamos de malafollá lo hacemos de algo más intangible, casi inefable. Así lo ha señalado a menudo el periodista Andrés Cardenas, autor de “Manual del perfecto malafollá”. Sin embargo, no son pocos quienes han tratado de dar una definición definitiva de este concepto. A nosotros nos gusta la creada por José García Ladrón de Guevara, autor del libro “La malafollá granadina”. Él la define como “una suerte de mala hostia gratuita que los granadinos repartimos sin ton ni son a todo aquel que nos rodea y que, en ningún caso, denota mal carácter, ni mala educación, ni animadversión en particular por el interlocutor. Tampoco denota desinterés o apatía en el granaíno, como dicen algunos”.
Y es que no es raro ni casual que la malafollá haya tenido su origen y florecimiento en Granada. El humor está presente en toda Andalucía, sí, pero no del mismo modo. En la tierra de la Alhambra prolifera el sarcasmo, la ironía, la retranca, el humor negro. Y sólo allí la malafollá puede ser realmente apreciada.